La muerte no es asunto solitario

Después de una pequeña pausa, continuamos presentando los artículos publicados en el segundo número de la revista Punto Aparte (que puedes descargar en pdf siguiendo este enlace: https://unpuntoaparte.files.wordpress.com/2012/11/revista-2-las-c3b1atitas.pdf). Este es un artículo de Cecilia Romero, «La muerte no es asunto solitario». Esperamos sus comentarios. 

La muerte no es asunto solitario

Un viaje comienza con un paso, ese paso lleva a otro. Dicen que la vida es un puerto a quien llegar y si alguien llega alguien se va. Una ontología críptica pero no por ello lejana. A todos nos espera la pelona pacientemente sentada sobre la lápida que lleva nuestro nombre. Porque como dice Derrida  “Cada vez, y cada vez singularmente, cada vez irremplazablemente, cada vez infinitamente, la muerte no es nada menos que un fin del mundo”.

Por tanto, desde ya les voy diciendo que en mi mesa de m’astaku quiero un colosal plato de espagueti, un vino patero y de postre tiramisú pero el que hacía la abuela, además de cigarritos, posibles causantes de mi deceso, y por qué no, un libro de Pedro Lemebel y amenizando la velada del adiós un mix de Luz Casal, Atajo, Bjork, Madonna y Charly García. Así tal cual.

Si también hablamos de encuentros más o menos amables con la muerte, viajamos con mi padre al pueblo de los abuelos, Tarata, es la fiesta de Todos Santos, corre el año de 1998, aún hoy recuerdo las masitas, las tantawawas y los maicillos, que de seguro en la tierra de Melgarejo conservaban el sabor original de hecho en casa. Arribamos ese día a las calles oscurecidas del páramo nostálgico de grandes familias, de un San Severino que hace llover, los callejones terrosos y casas solitarias, además claro está de sus inolvidables platos de chorizo, para vivir la fiesta de los muertos.

Ya van las familias en romerías de casa en casa. Suenan en ecos las bandas de pueblo y en las puertas reciben los deudos a la gente. Hacemos lo mismo, nunca una bolsa del preciado botín llega a nuestras manos. No es momento para ser invisible. Pero lo somos… no hemos entendido cierta ritualidad social que antecede a la comida favorita de cada occiso.

Pasan los años y caminamos las calles de Teposcolula en México, es la fiesta de los muertos. Pase, este es el lugar donde se quedó la vieja, esta es su catrina. Mano, coma su muerte, ríase de ella. Trague su calaca, saboree lentamente el mazapán y vea cómo la pelona está esperando arribar a su chingona entraña. Los colores del lugar en su azul infinito, los rojos como el sol que se hunde en los maizales, mariachis disonantes, mole y mezcal, en su barroco marco encuadran la foto mental de los idos y quizá para siempre. Llévese este cartel de catrinas vestidas con las batas de la colonia para que recuerde este lugar perdido en las fumarolas del Popocatéptl.

El mexicano disfrazando el miedo a la muerte le cuelga un cascabel hilarante, sirven el plato favorito del difunto, por si acaso, nunca se sabe si más allá la comida es buena. Prenden la veladora para que el muertito encuentre el camino a casa. Esta reunión celebra el encuentro con flores de cempasúchil y toda la familia reunida. Hay que ponerse al día, contarle al que ya no está entre los vivos, las alegrías, el nacimiento de un nuevo hijo, la huida de la sobrina con el hijo de algún vecino, esa niña de ojos pícaros, a la que costaba un mundo traerla a la casa antes de la medianoche. Hay que beber a fondo el mezcal y romper la botella en la cabeza del desgraciado que se atrevió a irse sin avisar. Octavio Paz, dirá  “Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia, porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía”

¿Y qué pasó en el funeral de la inolvidable? No voy a contarle…

Tan sólo decirle que la muerte no tuvo ese lado luminoso y celebrante, los que cargamos con ciertas taras occidentales preferimos desgarrarnos ante ciertas partidas. Dice Sáenz que todos tenemos un muerto favorito, quizá en ese occiso se aquilate nuestra verdadera relación con el pasante, el fugante; el ido. Una relación que determina nuestro lazo con los vivos. Entonces, basta recordar ese episodio donde uno casi le toma la fría mano a la huesuda, dama elegante, dama sin buenos modales al fin y al cabo. Así verá usted cómo prueba el más insólito brebaje y si es escritor pensará en ese cuadro de varios lápices flotando cabeza arriba en nubes fundidas en un cielo irónicamente azul, clara alusión a lo que se está jugando cuando decide oficiar el trabajo del creador,  Pavese dirá que la vida es celosa, se venga de aquel que le roba el oficio. El oficio de estar aquí pariendo criaturas inimaginables, esperando sin esperar el anunciado desenlace.

En ese cementerio que aguarda, donde dormiré el sueño sin despertador, quiero buenos acompañantes, quiero de vuelta a mi belicosa familia de migrantes, quiero a mi compañero con su cámara filmadora y todas sus películas, a Melgarejo pero sin mapas, a dos amigas, una que teje todas las noches y es realmente una crisálida y la otra, una mujer que encarna a una Pachamama fértil, de sonrisa en flor, a la que se la ha dado por vivir en casas solariegas y claro a todos los escritores de vida azarosa, a mis amigos del barrio de niñez, a Ray Bradbury de quien saco el título de esta nota mortuoria y finalmente a Marilyn que con su belleza escandalosa cante happy birthday mister president eternamente. Entonces, podré decir sin culpas Adieu, adieu, remember me, como el fantasma del padre de Hamlet.

Vamos, una cosa es desear y otra ejecutar, no vaya a ser que justo el día de mi deceso inventen un remedio para la muerte. Joder, no vaya a ser…

La piel de los libros

A partir de hoy, cargaremos los artículos que se encuentran en nuestra revista, que puedes descargar en pdf en este enlace: https://unpuntoaparte.files.wordpress.com/2012/10/revista-1-tacto.pdf Comenzamos con La piel de los libros, de Cecilia Romero.

Me encantan algunas palabras, hay palabras que al tacto rememoran las cosas de más allá, de lo que fue, de lo que nunca es y debería ser. Palabras que parecieran fosforecer en las noches silenciosas de este caluroso verano. Palabras que a veces juegan en el filo de las cornisas esperando el momento justo para el salto. Palabras no dichas y las que se dan un baño de inmortalidad cuando quedan en los libros.

Los libros huelen, eso lo sabemos, pero también tienen una piel que al tacto pinchan, arden, repelen, excitan y en el mejor de los casos duelen. Hay pieles que no se olvidan fácil, quiero recordar algunas, las que son memorables por haber llegado en el tiempo preciso, en el momento inaugural, donde la soledad y el dolce far niente eran el acicate mayor, el pretexto para navegar por esos mundos que contienen los libros.

La piel del exceso y de la abundancia barroca, habitó y habitará en el libro También las Vaqueras Sienten Melancolía del beatnik Tom Robbins, uno que navegó en la insípida era del presidente Eisenhower y luego en los inicios de la guerra fría (…) esos años, con sus huevos empollando y sus ríos creciendo, sus pasteles horneando y sus estrellas girando, sus piernas bailando y sus corazones fundiéndose, sus lamas levitando y sus poetas haciendo lo mismo, sus alegres jóvenes jodiendo en sesiones de cine al aire libre y sus viejos muriendo en habitaciones sobre tiendas de muebles, como si ellos, los sucesivos períodos, pudiesen quedar etiquetados con el nombre de un simple presidente; como si el tiempo mismo pudiese salir de Kansas y West Point, popularizar una cazadora militar y pujar en una elección para la Eternidad en la candidatura republicana.

Robbins nos deja así un escrito donde la heroína Sisi Hankshaw, dérmica inevitable, tiene la manía de no quedarse quieta nunca, probando con el autostop la piel de una Norteamérica extravagante, plena de personajes hilarantes y atardeceres con grullas voladoras que se empeñan en migrar al rancho Rosa de Goma, ahí también habita un pueblo que cuida los relojes y su gurú el chink, uno que tiene por filosofía tocar a nuestra heroína en esos lugares donde no llega el sol, vale decir cerebro y clítoris.

Otra piel para el tacto más ávido, la poesía de la costarricense Ana Istarú, una voz profunda que viene de algún lugar recóndito de nosotros mismos, su escritura de epidermis sensual, de ritmo sobrio e íntimo. Recuerdo con especial nostalgia la primera lectura del Ábrete Sexo contenido en su libro Verbo Madre, un fragmento reza así:

Ábrete sexo,  como una flor que accede,
descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar al nadador transido,
desiste
no retengas sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge y ostenta al aire sus geranios.

Así, la además bella Ana Istarú, tiene ese poder de quemar naves con literatura, de dejar a flor de piel la carne, una punta de espina destinada a clavarse suave y dolorosamente adentro. Un tacto inolvidable.

También el boliviano Jaime Sáenz expone en Recorrer esta distancia su gozosa y mágica evocación por eso que tocamos y ya no está, dice un fragmento:

De qué te sirve el tacto si estás tan triste,
nadie dice que sin tristeza disfrutarás mucho del tacto,
sino que estarás más ávido,
el tacto al servicio de lo que has tenido y podido…

Así el monumental y siempre renovado Sáenz hablará de esa permanencia del tacto como un sentido nostálgico, que sólo reconoce lo que toca y añora lo que sus dedos ya no pueden abarcar, siendo este por excelencia un sentido poético, predispuesto a la creación literaria, pues en su piel se guardan las cartografías de mapas ya navegados y tierras que aún se guardan para ser descubiertas y quizás conquistadas.

Y si esta hoja fuera eterna, los libros entrañables que he visitado por el tacto sumarían anaqueles y hasta una biblioteca, todos ellos guardados en el entretecho de la piel, en una sensación total y perenne como la que deja un tatuaje. La maravilla de ser tocado como se debe.

TACTO | Revista Punto Aparte, número 1

¡Lo logramos! Conseguimos terminar nuestra primera publicación… Se trata de una revista virtual que puedes descargar pinchando en este enlace: Revista Punto Aparte – número 1: TACTO*. Esperamos tus comentarios.

* Este primer número fue posible gracias a:

Comité editorial:

Cecilia De Marchi Moyano

Cecilia Lourdes Romero Mérida

Mayra Romero Isetta

Ariel Revollo

Columnistas:

En bañomaría, Cecilia L. Romero Mérida

La columna de Jota, Jota Gordillo

Ch’aki, Ariel Revollo

La maja en tacones, Mayra Romero Isetta

La loca de los gatos, Cecilia De Marchi Moyano

El revólver del cocodrilo, Iván Gutiérrez (talicho182@hotmail.com)

Amores perros, Perrini-ini (Mayra Romero Isetta)

El ojo crítico, Lourdes Reynaga

Ilustraciones:

Jota Gordillo

Invitado especial: Ron Jeremy

Diseño y montaje:

Comité editorial

Cecilia De Marchi Moyano

Documentación y coordinación:

Mayra Romero Isetta

Edición:

Cecilia L. Romero Mérida

Una idea original de Punto Aparte

Email: puntoaparte.contacto@gmail.com

Bailando el desamor

Por Cecilia Romero

“Cuando subes a un escenario sientes que estás en el cielo, es algo que no se vuelve a vivir dos veces, y una vez ahí estás esperando que todos te aplaudan y bailen contigo” dice Adriana Mendoza, integrante de Las Traicioneras del Amor, minutos antes de subir al escenario y presentarse ante un público numeroso, que expectante aguarda a los grupos de huayño zapateado en uno de los tantos locales que abren sus puertas en la avenida Blanco Galindo.

Entonces, comienza la música y el zapateo, las polleras giran y un baño de lentejuelas anega con sus vibrantes colores el lugar. La gente baila también, las canciones se deshacen en un rosario de penas de amor, desencuentros y fatales flechazos.

Los orígenes de este género propio de la región andina de Latinoamérica se ubica en el imperio incaico, como una expresión musical creada para la colectividad, para compartir y crear lazos. Su evolución a través del tiempo permite que se convierta en la música característica del altiplano boliviano. El escritor peruano José María Arguedas brinda la siguiente referencia: “El huayño es como la huella clara y minuciosa que el pueblo mestizo ha ido dejando en el camino de salvación y creación que ha seguido. En el huayño la obra que ha quedado para toda la vida, todo los momentos de dolor, de alegría, de terribles luchas y todo los instantes en que fue encontrada la luz y la salida al mundo grande en que podía ser como los mejores.” Por su parte, la investigadora sobre la historia y las variantes del huayño boliviano, Cecilia del Carmen Ramallo, afirma “a lo largo del siglo XX, el huayño se introdujo profundamente en la bolivianidad, bailándose donde la gente se reúne para divertirse, como broche de oro de otra danza (generalmente la cueca) y de toda la fiesta en sí. El huayño actual resulta de la fusión de varios ritmos, empero, sin perder el toque característico boliviano, destacando además sus particularidades”.

El huayño es el gran género que permite todas las variantes posibles, siendo el huayño zapateado un baile de movimientos alegres, cuyo orden e intensidad responderán de acuerdo a la tonada, teniendo su momento de mayor júbilo cuando las cantantes bailarinas ejecuten un zapateo ligero y enérgico a la vez.

El huayño zapateado recibe en la actualidad varios afluentes de los géneros cumbia villera y huayño peruano, mostrándose como una nueva versión sobre la misma base y siendo la clara expresión de un movimiento neofolklórico, de amplia libertad sincrética, que tiene cada vez un tono más comercial, de libre adaptación y adopción de instrumentos musicales, no convencionales del huayño tradicional, y aún así, de hacer permanentes sentimientos o transfiguración de sus alegrías, el dolor, búsquedas amorosas y esperanzas. De igual manera permite una forma nueva de expresar cómo los jóvenes negocian con el entorno y cómo construyen, desde esta esfera, su propio concepto de lo popular y lo mestizo.

Evidenciamos que esta vigorosidad y expansión de los diferentes estilos musicales andinos en las ciudades y en los ámbitos periféricos son expresión de una democratización y amplitud de quienes ahora pueden ser fenómenos masivos de preferencia musical, esto se refleja también en el interés que se ha generado en otros países tales como Chile, Brasil y Argentina por este tipo de música, lugares de presentación constante de muchas de estas agrupaciones.

Así el huayño muestra una vez más su gran flexibilidad y poder de sincretismo. Mauricio Sánchez Patzy, sociólogo e investigador, afirma: “El huayño, especialmente en la zona del Perú y Bolivia, en los andes centrales, ha perdurado de manera extraordinaria, probablemente como el género precolombino más permanente, en el siglo 20 hay una recuperación del huayño en diversos niveles por la gente andina tanto en los pueblos como en las ciudades, a través de procesos de espectacularización de la música popular, así el huayño empieza a convertirse en una forma muy popular que se adapta con mucha facilidad a diferentes gustos de época, con una matriz muy moldeable que ha permitido que en Bolivia haya una enorme recuperación del huayño a través del neofolklore. En el caso de Cochabamba, esta ciudad debería declararse patrimonio cultural de la humanidad por su gran riqueza cultural e histórica, porque ha generado y genera estilos musicales extraordinarios y cuya influencia se percibe más allá de nuestras fronteras”.

Este subgénero también ha permitido ciertos rasgos particulares como la creciente feminización en las agrupaciones, los grupos son acompañados en la parte instrumental por una presencia masculina instalada a un costado del escenario o en segundo plano, siendo ellas las que llevarán la parte más importante, asumiendo también en una gran proporción las composición de las letras y ser de igual manera las que armen las coreografías, en un trabajo de construcción colectiva.

En este collage de influencias varias, el huayño zapateado no escapa a los viejos usos que la cultura impone, persiste un juego erótico ahí donde el poder de la sugerencia entre lo que se muestra y se oculta, toma un tono ambiguo. Las polleras, recordándonos lo que pasó con la danza caporal urbana, se acortan, adoptan colores fosforescentes, aparece el oropel típico de las ciudades, la mixtura y la mezcla. Sánchez afirma “En este mundo global, donde hay un mercado para todo, se juega mucho con este concepto binario del género (…) Hay un divismo detrás de todo esto, donde vemos también que esta cultura tienen sus propios gustos, sus propias leyes y su propia estética, esto muestra mucha vitalidad y creatividad del mundo andino y también muchísima contradicción y ambigüedad, condición típica de las culturas populares”.

El sincretismo se ve no sólo en la forma que adopta la música, sino también en la representación visual; una que tiene la capacidad de negociar con lo foráneo y recrearse constantemente en una coyuntura donde lo plural y lo multicultural es el paraguas en el que se apoya la extensa diversidad que nos hace. Esta es una cuestión vital en la cultura boliviana, condición además, que nos permite gozar de una gran variedad de estilos y donde la estética del exceso o las combinaciones anticonvencionales son una forma que adquiere valor y también belleza. Mauricio Sánchez afirma que “existe una manera de ver el mundo, de habitarlo y decorarlo, que muchas veces no condice con las idealizaciones de los historiadores de arte, ni aparece en los libros poblados de lujosas ilustraciones”, este es un determinante muy claro en la forma que las culturas populares bolivianas construyen sus procesos identitarios, además como una forma real y hasta rebelde de mestizaje respecto a las grandes influencias globales, sobre todo en términos estéticos.

Respecto a este fenómeno de espectacularización de la música popular de la que habla Sánchez y el poder latente que tienen las sociedades de recrear nuevas formas de expresión (elementos clave para entender la gran riqueza que albergan las culturas mestizas) no es fenómeno nuevo, afirma, ya que tiende a tener momentos de gran ebullición y luego a diluirse lentamente en el gran mosaico de géneros y subgéneros que ha propiciado y propiciará el huayño.

Probablemente el huayno zapateo agote en un tiempo su novedad, o tal vez tenga la capacidad de renovarse; nadie sabe exactamente cuáles serán los rumbos que tomará este subgénero, porque en nuestra geografía siempre irrumpe la sorpresa y lo inesperado. Sin embargo, el huayño zapateo con su movida de amplia popularidad en las zonas periurbanas y pueblos del valle alto, mantiene una vigorosidad que guarda dentro suyo la semilla que hace que el huayño sea la forma más permanente de expresión andina, y pese a los reciclajes que permite no ha perdido tono y picardía. Bajo el artificio de esos temas recurrentes que tienen como punto común el amor, algunas agrupaciones femeninas de huayño zapateo están hablando de los lugares nuevos donde el encuentro se puede propiciar o dificultar, según se vea, como por ejemplo los espacios de las páginas sociales de internet. También se canta sobre la violencia institucional y cotidiana; aunque, de forma más recurrente, el amor terrible y no correspondido es el gran tema al que se vuelve.

Y aún así, pese a la candidez de algunas de sus letras, el huayño forma parte de esta fiesta donde la gente se reúne para mantener viva la tradición del encuentro, donde bailar, beber y festejar es la forma que tenemos de olvidar el desamor y las injusticias. El huayño zapateado sigue manteniendo el tono picaresco e inocente del que dice las cosas sin oropel y fintas, sin tener como camisa de fuerza la rigurosidad de la forma y el estilo que impone la música culta o de autor. Son también esas canciones las que nos llegan de forma certera al corazón, sabrá uno por qué. Esas melodías, el movimiento delirante de las polleras, las vidas que uno imagina tras el artificio del show de este domingo y cuando las luces se apaguen, está claro que seguirá resonando en los oídos por mucho tiempo “¿Porqué finges cariño? Si tienes alguien mejor, yo no te obligo, yo no te insisto para estar conmigo” cantada en la voz adolescente de Luz Dany Quinteros Zeballos, integrante de las Palomitas del Valle.