Fronteras

Esta es una nota de Cecilia De Marchi Moyano, parte de la revista Punto Aparte dedicada a las Ñatitas que puedes descargar en pdf aquí.

Fronteras

He estado tratando de no escribir este artículo casi todo el mes. No me resulta fácil hablar de la muerte. He olvidado de manera metódica todos los fantasmas que se me acercan con guadaña, esquivando enfrentar el horror de un final. Cuando decidimos hablar sobre este tema en una reunión de los editores, pensaba escribir sobre las fiestas que se hacen en algunas poblaciones y en algunas familias cuando una persona muere. (En mi familia, por ejemplo, que se toman todo de manera tan jocosa, la muerte es recibida como la oportunidad perfecta para recordar el goce de tenernos unos a otros, y acaba armándose jarana). Ahora, en cambio, creo que no podría hacerlo.

Hoy abrí mi correo después de un par de días, y me encuentro con la carta de un amigo mío muy querido, que me avisa que su enfermedad ya está muy avanzada, y que le quedan solo unos meses de vida. Hace un par de meses se fue a otro país, aquí no conseguían diagnosticarle su mal.

No sé si podré volver a verlo. La distancia es muy grande, los costos prohibitivos, la frontera inmensa de papeleo. Podré seguir escribiéndole, como hace tiempo hago, conversar sobre el pasado de la música y el futuro de la literatura; nos pasaremos recetas infalibles para cosas inútiles; recordaremos las pocas caminatas, los colibríes por la ventana y alguna visita a nuestros poetas. Pero no sé si podré volver a verlo. Eso sí, para el dolor no hay confines.

Me aterra saber el dolor por el que pasará, saber que está tan lejos de esta frontera -la de la piel-, que no podré estar a su lado para gritarle ahora mismo que si se da por vencido, lo mato yo misma antes de que se muera, porque no soportaría verlo postrado. Que si necesita mi mano, mi hombro o mi regazo, no podré ir aunque, de cierto modo, estaré allí.

No tengo ganas de escribir. Pero necesito a quién echarle la culpa. Maldita sea.

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