Microcuentos

En el número dedicado a la venganza, publicamos una serie de microcuentos inéditos de Homero Carvalho Oliva, uno de los grandes autores bolivianos. Esperamos que les gusten.

La última víctima

Antes de ser ajusticiado el asesino en serie reveló que aún le quedaba una víctima. Las autoridades presentes en la ejecución pensaron que estaba alardeando y no le prestaron atención. Muchos años después, un hombre descubre que el brutal asesino, el monstruo de la ciudad como le decían, era su padre y se suicida.

Ingratitud

Con los años el verdugo adquirió tanta experiencia, que de un tajo, limpio, certero y sin dolor alguno, cortaba la cabeza de sus víctimas. Sin embargo, nunca recibió de ellos una palabra o un gesto de agradecimiento.

Lázaro

Lo que no cuentan los Santos Apóstoles es que Lázaro, después de ser resucitado, vio de nuevo a su esposa, a quien recordaba como una bella joven, y supo que sus deudas no habían sido condonadas por su muerte, regresó al sepulcro y se encerró para siempre.

Certeza

Hay críticos literarios que estudiaron en la universidad de Charles Lynch.

Sombra vengadora

Era un hombre tan ruin y perverso, que hasta su sombra lo odiaba. Una noche de luna llena, cuando el viento del sur traía el frío del polo, su sombra se separó de las otras sombras de la noche y alargando sus negros dedos lo estranguló.

Feminismo étnico

El señor feudal, molesto por la negativa de la novia para acostarse con él, aclaró que se amparaba en el antíquisimo y tradicional derecho de pernada para exigir ser el primero en ejercer el “jus primae noctis”; la recién desposada, que venía de Abisinia, explicó a su vez que, si de tradiciones se trataba, en su pueblo, los bareas, también existía esa costumbre en la que los amigos y los parientes tienen el mismo derecho con la novia; pero que los derechos son iguales para todos, incluida las hijas del rey y las de toda la nobleza. El señor feudal miró a su pequeña hija que jugaba con muñecas de trapo e hizo mutis por el foro.

La venganza del desquiciado

El desquiciado creador tomó el nombre y los apellidos del odiador, que si no hubiera nacido hombre —por gracia de Dios— hubiese sido un gusano entintado, los multiplicó por cero y luego se sentó a mirar como las letras desaparecían de las agendas, de las guías telefónicas, de las antologías y de las tapas de los libros.

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